El Fútbol: El mejor deporte del mundo
Los pies como centro del mundo. El rasgo más singular del futbol soccer es que se juega con los pies; y es que resulta más difícil y más agresivo jugar
un deporte con los pies que con las manos. Esta mezcla entre el grado
de dificultad que se requiere para jugar un deporte con los pies y el
grado de agresividad que de ello se deriva, es el punto de partida que
quizás explique por qué el futbol es el deporte más popular del mundo.
Los
pies son una de las partes que más menospreciamos de nuestro cuerpo
(hay peores, como las digestivas); los hemos simbolizado como meros
instrumentos de carga y transporte; de ahí que los estigmaticemos:
“Parece que lo hiciste con las patas”, decimos, connotando nuestras
extremidades bajas como epítomes de lo torpe y lo pedestre (del latín pedestri, propio de los pies).
Las
manos simbolizan lo contrario; son extremidades finas, diestras,
representan un don natural que ninguna otra especie posee; con ellas, el
Sapiens levanta rascacielos, arma smarts phones, pinta como Rembrandt, sorraja puñetazos y aprieta el gatillo de un cuerno de chivo, es decir, hace con las manos lo que ninguna otra especie puede.
Por lo general, los pies simbolizan animalidad y las manos cultura.
Podemos hacer analogías de nuestros pies con los de muchas especies,
pero no con nuestras manos que están muy por encima en capacidad de las
de cualquier otro animal.
El partido es un ritual en el que necesidad, voluntad y azar se representan en la cancha
Pero en el futbol soccer los
pies se resimbolizan y reafirman una dignidad que nunca habían tenido.
El futbol reivindica de manera cabal el universo de los pies e invierte
la jerarquía que las extremidades superiores han impuesto sobre las
inferiores en la “vida real”, convirtiendo un partido de futbol en un
genuino mundo al revés, donde los pies son los elementos
soberanos que definen el juego en todos sus aspectos y las manos
miembros proscritos y vetados de la cancha (salvo en el caso del portero
y de los saques de mano, que se hacen desde fuera de la cancha),
entidades obscenas en un espacio donde los sempiternos discriminados
pies son las majestades indiscutibles en el reino el soccer.
Reafirmando la competitividad y la agresividad. Pero el futbol es muchas más cosas. Comencemos diciendo que el soccer no es unjuego sino una competencia,
una contienda cuyo fin supremo es ganar a toda costa al equipo
contrario y no solazarse en una actividad lúdica en la que el resultado
no importa. El hipercivilizado lema: “Lo importante no es ganar sino
competir”, no funciona ni en el futbol soccer ni en algún otro
deporte, es una falsa ilusión civilizatoria, una letanía vacía que los
organizadores de los eventos y los medios de comunicación repiten de
dientes para afuera, sabiendo, en el fondo, que carece de significado.
Tanto
para el jugador como para el aficionado de todo tipo, ganar es el
leitmotiv último y único de un partido de futbol; sin este épico anhelo,
a veces compulsivo, a veces mesurado, de ambicionar la victoria, el
futbol dejaría de inflamar pasiones, de engendrar arrebatos; es la
existencia de este espíritu de competencia lo que le da sentido
a un encuentro de futbol (profesional o no); sin esta atmósfera de
rivalidad, sin este choque de identidades en el que se juegan,
virtualmente, la vida dos equipos adversarios, el futbol no sería el
deporte más popular del mundo.
Pero en el soccer esta rivalidad va necesariamente acompañada de otro añejo instinto del Sapiens:
la agresividad; muy condenada por todo un carnaval de morales que la
juzga negativa, y muy castigada por toda una mercería de leyes
punitivas, que también la juzga reprobable. Por jugarse con los pies, el
futbol es uno de los deportes más agresivos que existen (tal vez sólo
el Mixed Martial Arts lo sea más). Usar los pies como instrumento de
juego resulta más agresivo que usar las manos. La llamada pasión del
futbol es también la expulsión de fuertes dosis de noradrenalina que se
expresan en acciones violentas dentro y fuera de la cancha. Imaginémonos
un partido entre dos equipos y dos aficiones históricamente rivales, a
quienes se les permitiera jugar sin regla alguna —ni futbolística ni
jurídica— y que al final nadie fuera sancionado: la impunidad desbocaría
la violencia y la sangre correría a raudales; es decir, que las reglas
limitan pero no eliminan, en el futbol, la agresividad.
En esta vocación belicosa constatamos uno de los significados y funciones
esenciales del futbol: permitir que algunos de nuestros instintos
primarios se liberen, si bien en un marco de reglas y sanciones. En la
letra, el futbol es un quehacer cultural que busca cumplir objetivos muy
civilizatorios, a saber, divertir, entretener y distraer a las
familias. Pero en los hechos, el soccer está motivado más por actitudes derivadas de impulsos irracionales que de una racionalidad civilizatoria.
Las trampas de la fe (futbolística). De
hecho, al revisar la historia de las últimas tres o cuatro décadas del
futbol constatamos que hay una clara tendencia de los jugadores y los
aficionados a ceder más a sus instintos competitivos y agresivos que a
su racionalidad civilizatoria. Los jugadores son cada vez más sucios y
tramposos; su conducta aviesa —a veces parecida a la de la lucha libre—
actúa en razón inversa a la supuesta civilidad que pregonan los
gobiernos, las asociaciones que organizan los torneos y las empresas
mediáticas. El llamado fair play y los forzados rituales de
respeto y amistad que se dan antes de comenzar un partido, son
artificiosos, mecánicos y nada auténticos, y se efectúan porque el
futbol debe proyectar una imagen pública que reafirme la obsesión del
hombre moderno por civilizarse. Aquí, el soccer es una metáfora de la dicotomía irremediable entre naturaleza y cultura en que siempre estará atrapado el Homo Sapiens.