Son las cinco de la tarde, y como cada día frente a mí ventana pasa un hombre que hace tiempo que dejo de lado sus mejores galas, su cara se llenó de arrugas, sus manos perdieron la seguridad de antaño para alojarse en un temblor constante e incontrolable, y su cuerpo comenzaba a ser un obstáculo para desplazarse de un lugar a otro, motivo por el cual, supongo, ya hace unos meses que descubrí que había añadido a su tradicional vestuario un lúgubre bastón.
Su rostro, lejos de reflejar tristeza y añoranza por los olvidados atributos que antaño poseía su cuerpo o incluso por la perdida de la mayoría de sus amigos y familiares a manos de la guadaña de la muerte, muestra una tranquilidad y una paz que invitan a cualquiera que le mira a los ojos a rendirse ante tal personalidad.
Todas las tardes, como decía antes, pasa andando por debajo de mi ventana, acompañado de dos revoltosos niños, vestidos de forma similar y con una pequeña diferencia de altura. Yo lo sigo con la mirada y veo como dirige sus pasos hasta el parque que hay al otro lado de la calle, allí, con dificultad se sienta en un banco de madera a descansar mientras contempla como juegan los dos niños, hasta que pasado un rato, se levanta muy despacio del banco, llama a los niños, sin alzar mucho la voz, y continúa con su costoso caminar.
Yo lo observo mientras que lentamente se aleja, y cada día parece costarle un poco más, cada día se mueve un poco más lento y con más esfuerzo. Cuando desaparece al final de la calle siempre pienso lo mismo: Ahí va un gran hombre.
Mi admiración se personaliza en el abuelito del parque, pero realmente, no es por que este hombre haya hecho algo destacable en su vida, de ser así yo lo desconozco, pues nunca he llegado ni siquiera a hablar con él, pero para mi este hombre representa un modelo muy repetido en nuestra sociedad, el del “abuelo-canguro”, y ¿que sería de muchos de nosotros sin nuestros abuelos…?
Vivimos en una sociedad en la que el bien más preciado y escaso es el “tiempo”, y en esta lucha por sobrevivir, nuestros abuelos nos han cuidado sin quejarse ni una sola vez por ello, y permitiendo que así nuestros padres pudieran dedicarse a sus trabajos e incluso tomarse un merecido descanso de vez en cuando.
Hoy quiero destacar y rendir tributo al “abuelo-canguro”, pues nuestra generación les debe a ellos todo lo que hoy somos, pues a la mayoría de nosotros nos han criado, nos han cuidado y nos han dado una educación. Hoy la mayoría han sido sustituidos por videoconsolas y ordenadores, pero yo aun recuerdo con cariño como jugaba con mi abuelo cuando era solo un enano.
Algunos de ellos lucharon en la guerra civil española contra sus propios “hermanos” (Algún día me gustaría escribir sobre este tema), la mayoría de ellos solo sufrieron las consecuencias, perdiendo a muchos de sus familiares en el campo de batalla y pasando por las miserias de la postguerra. Hoy para los más afortunados esto solo son recuerdos, los más desgraciados hace tiempo que dejaron tras de si estos recuerdos tras una niebla espesa que nuestros médicos aun no saben de donde surge ni como disiparla.
Ojala nosotros hubiéramos sabido darle a esas historias que nos contaban nuestros abuelos en primera persona toda la importancia que realmente tenían, por que sin duda todo lo que salía de su boca era parte de su vida, pero además era parte de la historia de España, sin embargo, nosotros, en nuestra ignorancia, solíamos pensar que solo eran “Las aventuras del abuelo Cebolleta” (Que bueno era ese cómic).
Sea como fuere, nuestros abuelos nos dieron mucho, nos dieron su tiempo, ese tiempo que tan preciado es y tan poco pudieron disfrutar ellos al estar a nuestro cuidado, pero nos dieron algo aun más importante, nos dieron la persona que hoy somos.
Nosotros, tras dejar de ser unos niños, en el mejor de los casos les hemos pagado con una única visita mensual, esa ha sido la única forma en la que hemos agradecido todo lo que nos han dado ellos. Eso si, siempre estarán en nuestro recuerdo, pues sin duda ellos son mucho más que nuestras raíces, aunque no siempre hayamos sabido como demostrárselo.
No obstante, esto no importa, pues nuestros abuelos nunca tendrán el más mínimo reproche hacia nosotros, pues somos su devoción, ellos son los que siempre nos han consentido todos los caprichos, los que han suavizado muchas de las regañinas de nuestros padres, los que más de una vez nos han encubierto alguna travesura con su lealtad incorrompible, y es que a sus ojos, nunca hemos hecho nada malo, y ellos siempre tendrán los brazos abiertos para nosotros.
Hoy, hace dos semanas que el abuelito del parque dejó de acudir a nuestra cita, y durante este tiempo, cada tarde, sobre las cinco me he asomado a mi ventana, para buscarlo con la mirada, para descubrir donde estaba ese gran hombre, para saber que sus nietos aun podían disfrutar de su compañía y sus cuidados, pero el abuelito del parque no ha vuelto a pasar por debajo de mi ventana.
Disfrutad del vuestro mientras tengáis la gran suerte de poder hacerlo, y recordar también que todo lo que os pueda contar él, no son si no sabías palabras interpretas por un gran hombre.
Muchas gracias abuelo, pues gracias a ti hoy soy la persona que frente al ordenador escribe este texto en tu honor.
Me despido hoy de vosotros con un consejo, que no puede ser otro: Buscad un instante en vuestras vidas para hacer felices a vuestros abuelos, aparcar un rato nuestro pequeño mundo mz para llamarlo por teléfono y desearle un buen día.