La Columna del Tata

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Ahí estaba yo, sentado frente a un televisor después de cuatro años de espera y con un desafío no menor, extirpar de mi mente la exigente pretemporada de mí equipo managerzoniano para disfrutar de la fiesta máxima del fútbol. Lo intenté, lo juro, pero no pude. No lo hice por la más vieja y sencilla de todas las razones, la locura temporal que conlleva pensar todo el día en algo al punto de ponernos medio “electrónicos”. Bueno, debo confesar que en algo debió influir el que tenga un solo y medio tostado cerebro y dos ojos que de tanto ver prefirieron dejar de hacerlo de manera eficiente. La cosa es que por más que traté no pude evitar visualizar cada partido de Brasil 2014 como un gigantesco y colorido 3D de MZ buscando semejanzas entre la vida real y la virtualidad de nuestros muchachos.

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El primer atisbo de mi locura mundialera surgió cuando en el partido inaugural disputado en el Arena de Sao Paulo el inefable Marcelo embocó en su propia portería un centro defectuoso del extremo croata que como sus símiles pixelados no hizo más que correr en línea recta y buscar habilitar a alguien sin siquiera levantar la cabeza. Lo que era un pelotazo sin destino terminó al fondo de las mallas por obra y arte del inefable sim. Luego del gol pensé en cómo diablos haría un equipo como Brasil, que sólo maneja los pases cortos, para revertir el resultado. Sucedió gracias a la genialidad de un jugador como Neymar y sus bochas de control ganadas a corta edad gracias al entrenamiento 2.0. El resto de la tarea la hizo un también managerzoniano árbitro invisible que según la crónica del partido cobró una “clara infracción” contra Fred, uno de esos centrodelanteros que cuando jóvenes pintaban para crack pero terminaron con 6 en velocidad y resistencia más siete en remates y cinco en control de balón. Ese día la mayor tasación del plantel hizo la diferencia que en la práctica no existía.

Al día siguiente tocó el turno de nuestra querida roja. Al abrir la pertinente cerveza para calmar los nervios recordé que los chilenos mostrarían en cancha una táctica seteada como ofensiva y agresiva basada en el despliegue y una que otra individualidad. La duda era la de siempre. Sabía que el equipo llegaría más veces al arco pero también que muchos remates irán al ombligo del arquero. No siempre el dominio asegura el triunfo ante un rival que sólo busca enhebrar un desborde para encontrar la cabeza de su único 9. Todo quedaba al arbitrio de la eventual eficiencia de los delanteros ya que sobre el final la resistencia sería puesta a prueba debido al desgaste Sampaoliano. Por suerte una certera ráfaga inicial dejó el partido casi resuelto, lo suficiente como para aguantar los embates extremistas del rival a la espera del final.

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Así fueron transcurriendo los partidos y las similitudes. Por ejemplo, la selección española me recordó a mi propio equipo MZ, uno lleno de estrellas cercanas al retiro pero carentes del hambre necesario para mantener el éxito en vez de soñar con un sofá donde reposar los huesos frente a la TV. Ochoa, el ultra crespo mexicano me recordó a nuestros súper porteros capaces de multiplicar sus tentáculos para capturar pelotas imposibles en esos partidos donde llegamos 30 veces y no gritamos nunca de alegría. Holanda me trajo a la mente a más de algún rival que tuve que solucionaba todo metiendo nueve muñecos en campo propio porque sabía que toda la inversión de su escuadra reposaba sobre los hombros de un par de esos jugadores que cuestan varios palos verdes pero que en algún momento marcan diferencias. Argentina lo mismo, por eso cuando se enfrentaron le aposté a mi hijo que podían jugar una semana seguida sin sacarse ventajas.

Más partidos, más locura. Colombia me sorprendió con su juego pero a la vez siempre supe que su historia acabaría cuando el sim dotara de un mal día a sus habilitadores y su técnico cambiara a última hora su forma de juego producto del temor al rival. Portugal, en cambio, no tenía futuro porque toda su estrategia se basada en una estrella de gran pegada y otros diez canteranos medio palitroques incapaces de habilitarlo. Bélgica, en cambio, mostró ser uno de esos cuadros llenos de promesas pero sin pegada a la hora de enfrentar a un oponente más duro y experimentado. Costa Rica se proclamó como el equipo que de cuando en vez recibe un invisible impulso del sim y logra eliminar de una copa importante a varios favoritos pero que se queda sin bencina cuando su manager comienza a soñar con algo grande.

Lejos, pero lejos la similitud más gráfica fue ver a la defensa brasileña mostrar ante Alemania todos y cada uno de los defectos que todos odiamos de nuestros muchachos cuando la táctica normal-normal termina con un central metido en mitad de cancha mientras sus compañeros corren desaforados y sin orden alguno tras la pelota dejando espacios del porte del estadio y, lo que es peor, limitándose a perseguir rivales sin trancar ni llevar a cabo acción alguna. Para colmo el cuadro era acompañado de volantes lentos de reacción al recibir la pelota y permanentemente anticipados. El panorama lo completaban delanteros más lentos que partido U18 a dos minutos del final y con más peso que peso ofensivo.

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Lo anterior fue lo divertido porque hay otra imagen igual de semejante al mundo managerzoniano que no me causó la menor gracia. Fue la definición desde los doce pasos con que Chile quedó fuera del Mundial. Me recordó la infinidad de veces en que me di cuenta que nunca jamás en los más de nueve años que llevo en MZ me di el trabajo de ordenar mis lanzadores para al menos intentar tener opciones desde el manchón de tiza. Alguien me metió en la azotea la idea de que no eran más que una lotería, pero después de semejante decepción tiendo a pensar que al menos sería sensato no poner defensas con uno en remate y cero en balón parado a definir la serie. Para colmo al igual que en MZ uno al otro lado de la pantalla sabía según la forma de atacar la pelota de cada jugador donde irían los remates pero veía con estupor como el portero ya iba lanzado para el otro costado porque otro alguien le dijo que quedarse en el medio esperando la decisión del ejecutante no era sensato.

Así transcurrió un mes de fútbol donde pude comprobar por ejemplo que las conmociones cerebrales son una opción real de lesión en el fútbol o que efectivamente un delantero millonario puede perderse un gol debajo del arco en el peor de todos los momentos. También corroboré que el remate de uno de mis jugadores nunca “picará” hacia dentro tras pegar en el travesaño por más fuerza que haga e incluso vi a un volante alemán meter un estupendo pase en profundidad contra su arco que de no ser por las ocho en remate de Higuaín hubiese cambiado la historia. Vi esas y un montón de cosas más que me sentenciaron a pensar que la realidad a veces es más abstracta que la ficción, que hay mil formas tan válidas unas de otras para encararla y que al final, por más trabajo y merecimiento que haya, la suerte siempre tiene algo que decir porque un juego es y seguirá siendo eso, un juego.


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