La columna del Tata THE ZONE - MANAGERZONE.COM

El culpable de todo

Me atrevo a asegurar que prácticamente no existe manager(zoniano) que no haya pensado alguna vez que sus muchachos, los mismos que eligió con cuidado y entrenó con dedicación, le estaban “haciendo la cama”. Sí, tal como suena, todos y cada uno de los que llevamos años cargando con esta adicción hemos pasado por uno de esos oscuros momentos virtuales en los que la única explicación razonable para el mal desempeño del equipo es, sencillamente, que los enanitos se habían confabulado en nuestra contra.

Y no es una deducción antojadiza, claro que no. Cuando uno ha gastado –o invertido según se prefiera- horas escogiendo tanto al ciudadano que cuidará nuestra valla, como a los mejores defensores posibles y los más hábiles y letales delanteros tiene derecho a exigir determinado rendimiento. Al menos eso en la teoría, porque en la práctica sucede que a veces quienes visten nuestra amada camiseta, por muy buenos que parezcan, tienen algunos días para el olvido. Pero cuando las chambonadas ya no son cosa de una jornada, sino de una interminable hilera de ellas, tenemos derecho, al mejor estilo de Condorito, a exigir una explicación.

Tan fanáticos somos del asunto este de la pelotita que lo primero que tendemos a pensar es lo mismo que tantas veces denunciaron entre líneas los comentaristas de nuestra TV, ya sean colorines, calvos, bigotudos o megabronceados. Esto es, ni más ni menos, que simple y sencillamente y en buen “shileno” nos “están haciendo la cama”. Y no se trata precisamente de que este grupo de muchachos hayan tenido la gentileza de ordenar nuestras sábanas y frazadas. Se trata de que ese puñado de malagradecidos se pusieron de acuerdo para no entregar lo mejor de sí dentro de la cancha a la espera de nuestra renuncia. La idea sería, creo yo tratndo de pensar como enano, que ese manager hinchapelotas que nos exige entrenar toda la semana y por un sueldo fijo miserable nos hace disputar casi 10 partidos diarios de diversa índole de un paso al costado. Total, siempre es posible la llegada de otro más amigo de las parrillas y los permisos.

Ahora que lo escribo y si ese fuera el caso hasta llegaría a entenderlo. Sin embargo, lo que ellos parecen no saber es que debajo de cada una de sus fichas tenemos, como dueños que somos, un botoncillo que puede en menos de un segundo terminar con sus carreras digitales. Sí, ese pequeño ícono me da vueltas por la azotea cada vez que veo a mi arquero dar rebote y esperar pacientemente la llegada de un atacante contrario en vez de tomar el balón, o cuando mis centrales tienen la gentileza de abrirse inexplicablemente para dejar pasar a un delantero, o cuando mi animal del área deja “pagando” cuanto rival se le cruzó por el camino y al llegar frente al portero decide, en un acto tan absurdo como burlesco, tocarla atrás hacia un compañero mil veces peor ubicado. Llegué a pensar alguna vez, debo confesar, que hasta un guiño de ojo había de por medio.

Pero pensándolo más profundamente decidí que tal situación –la de la cama que no es cama- no tiene el menor de los sentidos. Obvio, si no fuera por nuestra persistencia y creatividad la carrera de los mencionados no sería lo mismo. A nadie le gusta que le “saquen el jugo”, es cierto, pero a muchos les gustaría jugar en el mejor equipo del mundo. Y, qué duda cabe, el nuestro es siempre el mejor del universo. Además, somos nosotros los que se cabecean para financiar cada sábado semejante plantel de estrellas, cada uno de ellos con sus periódicos destellos de incompetencia.

No, cada vez que la idea rondó mi cabeza terminé por desecharla por un puñado de razones de las más razonables posibles. Si todos y cada uno de los enanos –aunque algunos crean lo contrario- miden lo mismo, pesan lo mismo, le pegan con la misma pierna y, peor aun, tienen la misma cara, entonces algo verdaderamente sobrenatural debiera pasar para que decidieran sin que yo se los indicara expresamente, jugar mal a propósito. Imposible, si no son más que un lote de clones que apenas se diferencian por el color de sus pixeles pero que en estricto rigor son el mismo tipo multiplicado por once tratando de defender como pueden mi planteamiento.

Pero por otro lado, por qué tendría yo que asumir la mala racha si no hice más que lo que creí correcto y más encimm soy el dueño del asunto. No señor, es imposible que yo me haga la cama a mi mismo, aunque mi señora opine lo contrario todos los fines de semana.

Entonces y para concluir… ¿Quién diablos tiene la culpa?... Ya se, acabo de entender por qué los suecos inventaron y diseñaron el nunca bien ponderado simulador. Obvio, para darnos la siempre necesaria oportunidad de echarle la culpa a alguien o a algo. Fue, es y será el culpable de todo.

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